Cuando los despertadores no
eran a pilas, sino a golpes.
Una de las profesiones más
curiosas de la historia, y que ya desapareció, fue la de “Knocker up”, o
“Knocker upper”, que se dio sobre todo en Gran Bretaña e Irlanda, y su tarea no
era otra que la de despertar a quien contratara sus servicios para que no llegaran
tarde al trabajo.Hoy en día casi parece de broma pagar a alguien que te despierte para ir al trabajo, con los
despertadores digitales que te hacen abrir los ojos con tu canción favorita, o
que simulan un bello amanecer, pero a finales del siglo XVIII, la gente no
tenía ese pequeño aparato electrónico que ahora nos hace la vida más fácil.
En su lugar, y para que se
levantaran a tiempo de llegar al trabajo, pagaban los servicios de unas
personas llamadas “Knocker Up”, que hacían las labores de despertador.
En una época difícil que llegó
hasta el siglo XX, en plena revolución industrial, miles de trabajadores de fábricas, sobre todo
de Gran Bretaña e Irlanda, debían tener especial cuidado en cuidar sus trabajos
para no perderlos, y desde luego no dormirse y llegar tarde, por eso a cambio
de unos peniques solicitaban el servicio de esta gente que o bien vivía
exclusivamente de esto, o tenían otro oficio y sacaban un sobresueldo
despertando (por ejemplo muchos policías de la época ejercían este oficio
aprovechando sus rondas).
Armados con un largo palo, generalmente
de bambú, golpeaban las ventanas de sus clientes y no se marchaban de allí
hasta asegurarse que el dormilón se había levantado de la cama a la hora
pactada.
Para los pisos superiores donde
el palo no llegaba, se las solían ingeniar con una cerbatana casera que
disparaba guisantes, eso sí, debían tener buena puntería.
Algunos de estos despertadores
humanos, tenían que hacer verdaderas proezas para despertar a la misma hora a
varios clientes, alguno tenía que despertar hasta 50 personas, lo cual con el
dinero ganado le permitía vivir el resto del día desahogadamente.
Un curioso oficio que se mantuvo
hasta pasados los años 20, del que mucha gente consiguió vivir en las grandes
ciudades británicas e irlandesas, y que incluso Charles Dickens describió en su
gran novela “Grandes esperanzas”.
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