lunes, 31 de agosto de 2020

VIEJOS SON LOS TRAPOS


INDUMENTARIA Y TEXTILES



El periodo revolucionario


Hasta finales de siglo no comenzó a variar el aspecto uniforme de los vestidos. En Francia (abocada a la revolución) la moda se hizo más rígida, más sofisticada y formalista. En Inglaterra, que se dirigía hacia un cambio social más ordenado y un desarrollo industrial explosivo, la moda cambió su tendencia normal y los dictadores de la moda se decidieron por el atuendo más práctico de las clases obreras. Mientras los franceses lucían rígidos brocados, los ingleses adoptaron los tejidos de lana y algodón.

A raíz de la Revolución Francesa se produjeron dos cambios radicales en la moda europea; así, la vestimenta se convirtió en objeto de propaganda ideológica de la nueva era. En el hombre se volvieron a imponer los pantalones después de 600 años; los revolucionarios adoptaron la vestimenta de las clases bajas en lugar de las medias y los calzones usados por la nobleza. Este traje revolucionario, que evolucionaría hasta llegar a ser el estilo ciudadano durante el siglo XIX, se componía de una casaca llamada carmagnole, un pantalón largo llamado sans-culotte, una escarapela tricolor, el gorro frigio y unos zuecos.
En la mujer hubo una vuelta consciente hacia lo que se consideraba el estilo griego clásico. Desaparecieron durante un par de décadas los corsés, los guardainfantes y las armaduras, que fueron sustituidos por tejidos ligeros de aspecto natural, cinturas altas, brazos desnudos y corpiños cortos. Sin embargo, a causa del caótico clima social que se vivía, aparecieron durante el periodo del Directorio tendencias absolutamente radicales o frívolas, como es el caso de los llamados incroyables, hombres que llevaban cuellos altísimos, grandes solapas, corbatas muy anchas, chalecos de colores estridentes y calzones. La exageración también estuvo presente en la moda femenina: las merveilleuses se vestían con tejidos finísimos, casi transparentes. A pesar del miedo a la Revolución que existía en otros países europeos, la moda francesa logró imponerse y afianzarse. Sedas, encajes y brocados desaparecieron del atuendo masculino y, durante un tiempo, también del femenino.

El siglo XIX

Durante el siglo XIX la vestimenta varió sus modos de producción. En su primera mitad apareció la mecanización en los procesos de estampación y también se produjeron una serie de mejoras en las máquinas de hilatura y tejeduría. En 1851 Isaac Merrit Singer modernizó las máquinas de coser, y en 1856 William Henry Perkin obtuvo la anilina, el primer tinte sintético. Además este siglo fue testigo del nacimiento de la confección tal y como se entiende hoy en día, a gran escala, y de la alta costura, creada por Charles Frederick Worth en 1856, año en que abrió su maison en París, en la que presentaba sus colecciones de temporada.
La primera mitad del siglo
A principios del siglo XIX, durante el Imperio napoleónico, se produjo una vuelta al formalismo y a lo recargado, aunque la moda no varió mucho. El vestido femenino presentaba una cintura excesivamente alta, y pretendía imitar las formas de la Grecia y la Roma antiguas. Se trataba de sencillos vestidos realizados en algodón, muselina, gasa o percal, que no necesitaban corsés o guardainfantes, y que se acompañaban con chales o boleros, muchos de ellos de cachemira, un tipo de tejido importado que supuso una durísima competencia para las sedas de Lyon. La restauración de la monarquía francesa en 1814 produjo una reacción en la moda femenina que trajo de nuevo los corsés, las crinolinas y las armaduras; a partir de la década de 1820 bajó el talle de la cintura, y surgieron las mangas de pernil (ahuecadas desde el hombro hasta el codo y muy estrechas en la muñeca).
En este momento, la moda femenina era dictada por Francia, mientras que en Inglaterra se decidían las tendencias masculinas; Inglaterra contaba además con una maquinaria textil superior, una avanzada industria de la lana y unos sastres más refinados. En cualquier caso, sería la burguesía la que marcaría estas tendencias.
La segunda mitad del siglo
En la década de 1850 surgieron los grandes almacenes, donde se comercializaban productos a precios más asequibles; también las revistas de moda comenzaron a desempeñar un papel importante en el desarrollo de la vestimenta; por último, la evolución de los transportes, con el consecuente crecimiento de las exportaciones, logró una democratización en el vestir.
A comienzos de la década de 1850 surgió el miriñaque, una enagua con aros metálicos (lo más habitual eran los hilos de acero), que sustituyó a la antigua crinolina, realizada con crin de caballo. De este modo las faldas se ensancharon enormemente, y dieron paso, una década después, al polisón. En este caso se trataba de una prenda también interior que realzaba el volumen en la parte trasera de la falda, que se rellenaba con materiales de distintos tipos. La industria de la ropa interior evolucionó notablemente, llegando a la creación del brassiére, el prototipo del moderno sujetador.
A finales del siglo XVIII, los cambios políticos (Revolución Francesa de 1789), estéticos (neoclasicismo) e higiénicos (nuevas teorías higienistas) conducen a la supresión del corsé del cuerpo de la mujer. El vestido consiste en una sola pieza con la cintura alta bajo el pecho, de tejido ligero, generalmente batista de algodón decorada con bordados. El vestido de hombre se simplifica: está formado por frac, chaleco y pantalones ajustados; los colores del frac son oscuros y sólo se permiten decoraciones en el chaleco.
Bajo la influencia del imperio napoleónico (1804) se recuperan los tejidos pesados de seda para el vestido femenino. La forma en línea recta se mantiene, pero se recupera el uso del corsé. La cintura se irá bajando cada vez más hasta hacerla regresar a su lugar natural hacia 1830. El vestido se separa en cuerpo y falda otra vez, y esta última pieza se ensancha, al igual que las mangas, acampanadas al estilo romántico.
La estampación progresa desde el punto de vista técnico y produce diseños propios. Hay temas florales para el vestido, historiados para el tejido destinado a tapizar y de la actualidad política para los pañuelos conmemorativos. La técnica de estampado con tampón convive con la de la plancha de cobre y la máquina de rodillos.
En 1804, Jacquard sintetiza un sistema de tejer al mecanizar el telar de lazos con la máquina que lleva su nombre, aunque el invento no se llevará a la práctica hasta, como mínimo, 1816
Con la Revolución Industrial, la producción de tejidos se vuelve más abundante y rápida y, con tal de incrementar el consumo y favorecer a la industria, las telas y los vestidos cambian más a menudo. De aquí vienen los cambios cada vez más frecuentes de la moda, potenciados por las muñecas maniquíes y la gran difusión de las revistas especializadas. Aparecen, por un lado, la alta costura y el couturier, que es la versión del artista individualista en el campo de la moda; el primero fue Charles Frederick Worth, que presentó su primera colección en 1857 en París. Por otro, surge cierta confección seriada especializada —accesorios, corsetería— que se vende en grandes almacenes de confección. Dos caminos distintos para difundir la moda, especialmente la de mujer, escaparate del poder económico de la burguesía.
El cuerpo femenino será moldeado por los frecuentes cambios de la moda. De las amplias faldas sostenidas por la crinolina (1840-1860), se pasa a los vestidos rectos y estrechos de estilo tapicero (1860), y después al polisón (1870-1880) y a las faldas en forma de corola del primer modernismo (1890-1900). En 1886, el modisto inglés Redfern crea el vestido sastre, inicio de la búsqueda de la comodidad en la indumentaria de mujer.
El vestido de hombre está formato por levita, chaleco y pantalón de lana de colores discretos, de formas simples y con pocas variaciones.
Pese a la aparición del encaje mecánico debido a la aplicación de la máquina Jacquard al telar de tul, los encajes manuales, especialmente la blonda, el chantillí y los encajes belgas se continúan empleando para mantillas, chales y abanicos.
En 1894, el conde de Chardonnet obtiene el rayón, la primera fibra artificial.

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